Las “calaveritas” constituyen, desde hace mucho tiempo, parte del folklore urbano vinculado a los festejos de Días de Muertos. Actualmente, resultan casi inseparables del clima generado por las calaveras de azúcar con ojitos de papel brillante, el pan de muertos, las calacas móviles, los juguetes y miniaturas populares con esqueletos y el papel calado con motivos afines.
Este divertimento literario fue perfeccionado durante la época colonial y abreva, como todo lo vinculado al tema, en el sincretismo entre creencias prehispánicas y conceptos traídos por los conquistadores y reafirmados por los frailes evangelizadores. Si bien el culto a los muertos existe en todas las sociedades, la concepción mexicana es producto de ideas existentes en pueblos españoles del siglo XVI que se fundieron con costumbres y creencias indígenas que la evangelización no consiguió desarraigar.
Este proceso confluyó en las especiales características que la fiesta posee en la actualidad.Las “calaveritas” son versos populares breves, por lo general satíricos y burlones, mediante los que se ironiza sobre algún individuo o personaje al cual van dirigidos. Están escritos a modo de epitafios y es muy común tratar al aludido como muerto, vinculándolo a expresiones cómicas de su actividad, profesión, cargo o atributo, con absoluto desenfado por su poder o posición social.Al acercarse las festividades de Días de Muertos - que en la tradición mexicana se realizan durante varios días, incluyendo el del santoral católico Fieles Difuntos del 2 de noviembre – es cuando se dirigen éste tipo de mensajes hacia los personajes públicos.
Los versos son reproducidos en la actualidad en revistas y periódicos o difundidos por programas radiales. Antiguamente sin embargo, fue tradicional hacerlos conocer a través de hojas sueltas. Entre las más famosas de esas hojas volantes estuvieron, entre fines del siglo XIX y comienzos del XX, las elaboradas en la imprenta de Vanegas Arroyo ilustradas por el grabador José Guadalupe Posada.En aquel momento de profundos cambios sociales y aguda represión a sectores populares que reclamaban justicia y libertad, no por casualidad tuvieron su auge éstas expresiones.
Esos grabados de José Guadalupe Posada con personajes descarnados, exhibiendo cada uno su osamenta pero vestidos con prendas y atavíos que identificaban claramente su idiosincrasia, ilustrando versos que ironizaban a los vivos como muertos en potencia, le permitían al pueblo que era destinatario y transmisor del mensaje, sublimar sufrimientos de la vida cotidiana y expresar su rebeldía a través de uno de los escasos medios disponibles en esa época de terror político.
Las “calaveritas” como expresión poética popular y las “calaveras” de Posada como manifestación plástica de ese sentimiento tragicómico de la vida, llegaron entonces a una síntesis perfecta e ilustran de un modo inigualable un momento histórico preciso. Estas hojas volantes, al igual que las que ilustraban los “corridos”, las “coplas”, los “ejemplos” y otros reclamos públicos de justicia, eran voceados por los vendedores en las calles y muchas de ellas adquiridas por personas iletradas que aprendían de memoria los versos y los recordaban a través de sus magníficas ilustraciones.
Cuando Gerardo Murillo, más conocido como el Doctor Atl, publica en 1921 su trabajo Las Artes Populares en México, reproduce un artículo de Nicolás Rangel aparecido en “Revista de Revistas” en el que se sostiene que el taller de Vanegas Arroyo lanzaba casi diariamente millares de hojas satíricas, que eran consumidas a las pocas horas. Para esto se requería un verdadero ejército de voceadores, jóvenes y viejos, que muchas veces sacaban las impresiones al fiado y las pagaban con el producido de su venta, “los rapsodas de callejas y plazuelas, que, con la música más en boga, cantaban los versos que salían de las prensas...”.
También relata allí que durante el velatorio de Vanegas Arroyo “los desarrapados papeleros pidieron la gracia de permitirles formar la Guardia de Honor a su Don Antonito, durante el día y toda la noche, hasta que...fue a descansar para siempre, en el Panteón de Dolores”. Ningún homenaje parece más apropiado para quien facilitara la difusión de tantas “calaveritas”.La imaginería de las calaveras como expresión plástica, con posterioridad a Posada, fue retomada por numerosos artistas mexicanos, entre ellos los grabadores agrupados en el Taller de la Gráfica Popular y en la actualidad el famoso pintor oaxaqueño Francisco Toledo continúa produciendo notables obras inspiradas en esa temática.En muchos lugares de México las festividades de Días de Muertos adquieren características propias, de fuerte contenido local.
Por otro lado, en las grandes ciudades y en épocas recientes se observa un resurgimiento en la instalación de altares familiares y ofrendas, en sectores sociales que habían abandonado esa práctica.“ El pueblo mexicano ha creado un singular elemento subjetivo de defensa contra la muerte, con la colaboración de la muerte misma. Para ello le basta colocarse, ayudado por la fantasía, en el terreno en que la gran niveladora barre a todos, ricos o pobres, humildes y poderosos, con la misma inexorable guadaña...” este párrafo puede leerse en el magnífico prólogo a la obra: José Guadalupe Posada - ilustrador de la vida mexicana -, editado en 1992 por el Fondo Editorial de la Plástica Mexicana.
Más adelante se reafirma en el mismo texto: “ El culto a los muertos no es en los mexicanos una aberración del espíritu. Por el contrario es un acto de fe robusta en la eternidad del hombre y de sus obras” .A modo de ejemplo mencionaremos a continuación algunas “calaveritas”, tomadas de muy diversas fuentes:
Al escritor Octavio Paz
Hoy recita en el panteón
tras debatir con la parca.
No fue facil pa´la calaca
pues era Nobel su corazón.
pues era Nobel su corazón.
Al escritor García Márquez
Quiso esconderse en Macondo,
La muerte fue tras él.
Ella se puso sus moñosy lo tiró a un hoyo hondo
¿ De qué se murió Gabriel ?
De amor y otros demonios.
A Don Quijote
Esta es de Don Quijote la primera
la sin par la gigante calavera
a confesarse al punto el que no quiera
en pecado volverse calavera.
Sin miedo y sin respeto ni a los reyes
este esqueleto cumplirá sus leyes.
Aquí está de Don Quijote
la calavera valiente,
dispuesta a armar un mitote
al que se le ponga enfrente.
Ni curas ni literatos,
ni letrados ni doctores,
escaparán los señores
de que les dé malos tratos.
Al torero
Aquí yace un buen torero,
que murió de la aflicciónde ser mal banderillero,
silbado en cada función;
ha muerto de un revolcón
que recibió en la trasera,
y era tanta su tontera
que en el sepulcro ya estaba
y a los muertos los toreaba
convertido en calavera
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